Cuando contemplamos las pinturas de Olivier de Mazières, nos invade en un primer momento la sensación de encontrarnos frente a un mundo de imágenes perfectamente identificables y rebosantes de cotidianidad; escenas de una inmediatez casi fotográfica que se nos antojan, en cierto modo, como el resultado de un proceso creativo deudor de la tradición impresionista y de su pintura en plen air (al aire libre). Sin embargo, una mirada atenta a estas obras nos sugiere que la intranscendencia de los temas mostrados es sólo aparente, y que existe una ambigüedad subyacente tras la primera impresión que conlleva una complejidad mucho mayor de la que cabrÃa esperar. La intención del artista se aleja, en efecto, de la representación metódica y fidedigna de lo real. Más allá de someterse a la mera captación de un paisaje y de su atmósfera de un modo lo más cercano posible a la realidad, Olivier de Mazières se entrega a una pintura que nace de la evocación de un recuerdo, de las sensaciones experimentadas en un tiempo pasado ante la visión de tales escenas. Si bien el proceso de creación tiene su origen en súbitos esbozos realizados in situ (por lo general en acrÃlico y pastel), la obra final es el resultado que el artista obtiene tiempo después en el taller mediante la reinterpretación libre de una determinada imagen, disolviendo los trazos de los bocetos con la impronta de las sensaciones que quedaron fijadas en su memoria. De este modo, las obras de Olivier de Mazières combinan con frecuencia elementos de distintos lugares, dando origen a una poética de la banalidad en la que la luz y el palpitante juego cromático adquieren un protagonismo destacado como catalizadores de la experiencia vivida por el artista.